Hay un fuego cerca de mis ojos,
cenicientas lágrimas cayendo
para saciar a los sedientos cuervos,
que engullen con sus graznidos
lo que queda de mí.
Uno a uno se disputan insaciables
mis huesos,
mi dolor se mutila bajo su carroñero pico.
Voraces aves de ébano,
crueles espectros de la muerte,
vuestras garras afiladas se hunden profundamente
como torrentes martillando mi carne mortal,
que nutre vuestro banquete.
¿Qué más queréis devorar
que no haya sido ya consumido?
Mi voz se pierde entre sus negras alas desplegadas,
a mi alma retorna un gélido eco atrapado
entre las fauces sangrientas de sus bocas,
un manto funerario se cierne sobre mí,
el lúgubre silencio es su única respuesta.
Se alarga una sombra en la noche eterna,
entre la vida y la muerte,
los cuervos se retiran momentáneamente,
dolor y desesperación tras de sí,
angustia, sufrimiento, rendición.
Esperan mis sueños,
para hallar en ellos,
su último festín.
Deja un comentario